Fotografiar este tipo de poblaciones es un desafío. Su esquema es como sigue: un par de calles repletas de comercios que venden sobretodo recuerdos de viaje, ropa y calzado con otras bien surtidas de restaurantes. En Cefalú, además, hay una catedral del siglo XII inscrita en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco y una excepcional arquitectura marinera que realza el carácter de la ciudad.
Raras veces obtienes buenas fotografías en este tipo de calles repletas de rótulos diseñados para llamar la atención de los viandantes. Aparte de fotografiar algún pequeño detalle de corte local en los aparadores, la estrategia consiste en localizar comercios antiguos. En Cefalú las exquisiteces de la pastelería Duomo, junto a la catedral, desbaratan la voluntad de cumplir un régimen estricto a cualquier ser humano; pero la farmacia Cirimcione, construida en 1820, destila una gran personalidad. En su mobiliario restaurado sobra alguna publicidad vistosa de medicamentos, pero me gusta su ambiente y me limito a pasar una y otra vez por delante de la puerta hasta que, de repente, la mirada de una niña con un helado –con toda seguridad de la pastelería Duomo- se cruza con la mía. Mantiene su inmovilidad contemplando como tomo la fotografía. Su expresión, el juego de sus pies y, desde luego, el discreto color de su anorak, hacen el resto. ¿Y luego? Le muestro la imagen a su madre. Me mira un tanto extrañada y comenta que no hay inconveniente. En buena lid haría falta un permiso por escrito, pero es una sencilla fotografía de viaje y no quiero complicarme la vida.
La segunda estrategia consiste en oír el sonido de la calle. Un enclave característico del Corso Ruggero son los lavaderos medievales. De nuevo camino arriba y abajo con los sentidos abiertos a cuanto acontezca hasta que, de improviso, una música me cautiva. Umberto Rajmondi toca virtuoso la mandolina y por esos milagros que favorecen a los perseverantes llego el primero. Le pido autorización con la mirada, asiente, y tengo tiempo de tomar algunas imágenes tranquilas antes que atraídos por la melodía irrumpan grupos de turistas. No importa, tras probar dos o tres encuadres tengo la foto que buscaba. Luego viene lo más importante, la conversación. Rajmondi me cuenta que su vocación es interpretar serenatas con el grupo popular folclórico Dafni Mandolina frente a la casa de las muchachas la víspera de su matrimonio. Un oficio envidiable.
La tercera estrategia es localizar áreas bien iluminadas al amanecer o al atardecer. La pequeña playa de Porta Pescara cumple los requisitos. Aprovecho los últimos rayos del día para conseguir una imagen convencional que refleje su carácter. Las casas de pescadores, una barca y una niña con un flotador rosa es el contrapunto a una imagen en la que prevalecen los azules.
Pero cuando faltan un par de minutos para que el sol desaparezca tras las nubes, reparo en una muchacha que posa para un retrato. La fotografío a contraluz y nadie se apercibe. En realidad hay docenas de turistas inmortalizando la puesta de sol en ese momento. Yo soy uno más, quizás el único que juega con la silueta que se erige junto al viejo muelle. Una buena oportunidad casi siempre tiene un par de aproximaciones y lo importante es no conformarse con la primera.
Deja una respuesta