Hace un cuarto de siglo que Brent van Rensburg y Laurence Estève colgaron un trapecio en un árbol de la Escuela Primaria Zimasa de Langa, un suburbio de Cape Town. Su objetivo era inspirar y capacitar a los pequeños para que adquirieran un sentimiento de equipo, pero sin proponérselo iniciaron una experiencia increíble que ayudaría a miles de niños, no solo a atreverse a soñar, sino también a educarse para hacer realidad sus sueños.
JillianJanine me espera por la tarde en la carpa del circo, es de origen hindú y habla muy rápido.
-“No has tenido suerte –comenta. El sábado, mientras estabas en Catar, hicimos una gran función de despedida de la temporada, pero hoy puedes asistir a los ensayos de un grupo avanzado que participarán en el Festival de Circo de la isla de la Unión. En la otra parte de la carpa también verás cómo nuestros educadores inician a un colegio infantil en las artes circenses”.
Zip Zap, la escuela de circo más antigua de África, ha liderado un modelo pedagógico que también es una poderosa herramienta de transformación social y ha contribuido en la construcción de una nueva cultura de coexistencia pacífica en Sudáfrica.
Aprovecho mi oportunidad para tener acceso a los ensayos, con la proximidad que los fotógrafos siempre aspiramos. Brent Van Rensburg dirige y no solo me da facilidades, sino que incluso me acompañará más tarde al hotel Cape Heritage en coche.
-“Colaboran con nosotros y nos ayudan económicamente” –comenta. Y enseguida continúa. “No es ninguna broma este proyecto. Los chicos de Zip Zap han actuado para presidentes y líderes mundiales. El año pasado, por ejemplo, dimos un show en la Casa Blanca para Obama. Han culminado muchas giras internacionales y los adultos continúan ligados al circo como embajadores. Representan un modelo a imitar para los niños que ahora empiezan, como los que están ahí al lado”.
Desconozco el espectáculo que ensayan y las condiciones de luz son muy extremas. El fondo es tan oscuro que programo mi cámara con prioridad a la velocidad y la fijo en 1/250 de segundo a 1.600 ISO y subexpongo dos puntos la lectura del fotómetro para que no revienten las zonas claras. Los muchachos continúan con sus piruetas, a menudo por el mero placer de contorsionarse, y rezo porque a pesar de la escasa luz pueda obtener detalle de los tonos de la piel de los artistas negros y de las camisetas claras. Un reto para el sensor de la E-M1 Mark II. Mi táctica es localizar a los que se mueven con desparpajo y son fotogénicos. Ensayo alguna foto de grupo cuando están reunidos para tomar esta decisión y así luego estoy más pendiente de los que me interesan.
Con los más pequeños el caos es mayor. Unos posan, otros me sacan la lengua y todos se divierten aprendiendo las artes circenses. Los instructores organizan cuatro grupos y cada uno ensaya un ejercicio concreto. Una vez más elijo entre los grupos el que me da más juego para centrarme solo en uno. Evocando a los fundadores del Zip Zap me decanto por los trapecios y vuelvo una y otra vez para ver qué hacen, alternando con los ensayos de los veteranos bajo la dirección de Brent.
Cuando faltan pocos minutos para que acabe la clase, transcurridas dos horas, los participantes se relajan. Acudo a la carpa de los pequeños para despedirme e inesperadamente, durante una fracción de segundo, todo es armonía en el rincón que había estado fotografiando. Y es que la perseverancia (¿lo he dicho ya otras veces?) tiene su premio.
Al final Jillian se despide con más información:
-“Entre abril y septiembre de cada año colaboramos con escuelas y con ONGs. Les proporcionamos una plataforma para que recauden fondos para la causa que elijan. Pero también vivimos de las ayudas y de las donaciones -insiste. Si alguien se anima a ayudarnos solo tiene que visitar nuestra web y enviar la cantidad que pueda”. Otra buena causa en la que implicarse: el Zip Zap Circus.
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