Mi plan es seguir la costa de la False Bay para fotografiar uno de mis rincones preferidos, la pequeña playa de Saint James, con sus casetas coloreadas, antes de alcanzar el Cabo de Buena Esperanza. Dejo el hotel sobre las seis de la mañana aunque el sol no saldrá hasta dentro de una hora y media, pero cuando fotografío me gusta ir sobrado de tiempo. Por fin, todavía en penumbra, compruebo que las casetas de baño que tanto me gustan siguen ahí -bastante deterioradas, todo sea dicho- pero con la estabilización de la E-M1 Mark II y en este caso con el balance de blancos en automático, adquieren una atmósfera especial. El sensor capta más luz que mis sentidos y lo invisible se me revela en la pantalla.
La siguiente parada es la colonia de pingüinos de los Boulders, a una media hora de conducción. Trato de llegar el primero y, gracias a ello, caminando con cierto sigilo por una pasarela que remonta la playa, distingo cormoranes, gaviotas y charranes, además de los pingüinos africanos, acomodados en las rocas. Es un momento mágico que saboreo en plena soledad hasta que, de repente, aparece una mujer china, se emociona, grita desaforadamente ante el espectáculo de las aves y blandiendo una tableta digital fotografía hacia todos los puntos cardinales. La mujer es la avanzadilla de una excursión de chinos que retratan a los pingüinos uno por uno y luego rematan la faena con sus correspondientes selfies.
Con tanto barullo algunos pájaros emprenden el vuelo y mientras mi versión más impetuosa dirime si pedirle a los chinos que se callen, el neo córtex toma una decisión. Como afirman en algunos manuales de autoayuda, detrás de un gran problema se amaga una gran oportunidad. Y la mía, me alerta el hipocampo, son los miles de pájaros que cubren el cielo con su vuelo. Tomo la foto. Y el programa de la cámara se encarga de congelar el movimiento a 1/ 2.500 de segundo. Todo ha sido muy rápido y no ha habido tiempo de ajustar la exposición.
Los chinos le aportan un toque de color al Cape Point y al Cabo de Buena Esperanza en medio de un temporal de viento que podría elevar una vaca por los aires. La luz está muy alta y no sucede nada reseñable, aparte de que pagas casi 20 euros por ingresar en el Parque Nacional del Cabo y subir en el funicular.
Mi último objetivo es Bo-Kaap, el barrio malayo. Cuando le comento mis intenciones a Anja du Plessis, la directora del Cape Heritage, me alerta:
-“Es una zona donde te podrían estirar la cámara. Mejor que te acompañe alguien del hotel para que estés más protegido”. Más que una manager esta mujer es una madraza. De hecho nunca sabes hasta qué punto la percepción de un residente es exacta o solo intenta protegerte de un eventual, aunque poco probable, robo por tirón. Pero justo cuando estoy empezando el viaje no quiero perder la cámara, así que me asignan una persona que hace las funciones de guarda espaldas y nos acercamos a Bo-Kaap.
No tomo fotos por dos razones. La primera es que el sol está en el lado opuesto, amagado tras la Signal Hill, y la segunda es que en aquel momento aparece un autobús y descienden… ¡los chinos! No tiene ningún sentido quedarme y decido que probaré suerte el día siguiente, por la mañana, a pesar que el pronóstico del tiempo sea pésimo.
Amanece nublado y a lo largo del día no cesan los chaparrones. En estos casos miro siempre al Este y veo un pequeño agujero en el cielo que podría desvanecerse en cualquier momento por los caprichos del viento. Me arriesgo y voy solo a Bo-Kaap. La presencia de dos vehículos de policía me tranquiliza, aunque me confirma que tampoco es un remanso de paz. Anja no andaba desencaminada.
Igual que pasó en el Vaticano, el sol brilla un par de minutos e ilumina la calle Wale resaltando los colores contra un cielo plomizo. Fotografiar en el lugar adecuado, en el momento preciso, es fácil proponerlo. Pero hay que estar ahí.
gregpoulsen says
Hola
En cuanto a esto, este blog es genial. Muchas gracias por compartir.
Muy buen trabajo.
Los mejores deseos
Greg